Le morte d’Arthur | Avalon
Pasado el hierro por su pecho, cerró los ojos. Su conciencia apenas pudo recuperar indicios de su viaje. Escuchó la caída sorda de su cuerpo, quizás también la de su hijo, vencido en la misma acción. Sintió primero la sangre en su nariz, luego las hojas de pasto y las flores de su último otoño. Apretó las manos sin éxito alguno, la fantasmagoría había triunfado, su cuerpo ya no era suyo. Detrás del yelmo coronado sus ojos azules reflejaron el cielo sin nubes, el brillo se apagó con la caída del sol.
Quienes habían servido en su tabla redonda se acercaron a su lado, como un círculo mágico de hongos plateados, brillantes dentro de sus armaduras manchadas de guerra. Gawain apoyó una rodilla junto a él, por primera vez estuvo más alto que su rey. Acomodó sus manos en el pecho y enfundó la espada que lo había coronado, el acero entregado por la Dama del Lago.
Entrelazaron decenas de escudos y subieron al más alto de los hombres sobre ellos, aún en la muerte su peso hacía inclinar a los caballeros. Caminaron hacia el horizonte, cruzaron el campo ensangrentado, dieron la espalda a Camelot, a los salones dorados, a la mesa de roble y a la cruz cristiana. Siguieron los pasos de sus antepasados, guiados por los ritos paganos, quizás pisando sobre antiguos senderos romanos.
Dirigidos hacia el sol y el mar, no se sorprendieron al encontrar una barca en la costa. Ninguno temió por el cuerpo al apoyarlo sobre la nave sin timonel de una sola vela de niebla. Con las botas dentro del agua, ignorando las olas que herrumbraban sus orgullos, se descubrieron y apoyaron la frente sobre el borde de madera lisa. Hubo incluso lágrimas que al caer se hicieron cristales, y así, envuelto en el tesoro de la pérdida, zarpó Arturo hacia Avalon.
La conciencia del rey siguió el bamboleo de las olas y la caricia del viento, que siempre sopló a su favor. Como cualquier hombre, sus ojos solo vieron el cielo, ya que conocer el camino a la isla está vedado a los mortales, es solo de ida. Sin que supiese, debajo de las olas y entre la espuma, la mujeres pez apoyaban sus manos palmeadas para guiarlo y mecerlo en partes iguales, como quien prepara un recién nacido para su primer sueño.
No sintió más el mar y supo entonces que había llegado. El cielo dio lugar a los árboles, robles que habrían visto nacer y desplomarse imperios tan breves como el brillo de una luciérnaga. Las hojas brillaban con luz pretérita, tan antigua como la tierra misma, como esmeraldas que quisieran ser hojas. Las ramas cambiaban a topacios, rubíes, diamantes y de nuevo esmeraldas. Amarillos, rojos, traslúcidos y verdes. Las estaciones viajaban tan rápido como el vuelo de un pájaro.
Sintió su cabeza inclinarse, la barba nevada acariciar la pechera de insigna decorada: el dragón de la tela no se hinchaba con el aire de su pecho. Ya no llevaba el yelmo pero sí la corona sobre su frente. Detrás, más valiosas aún, las manos de Ginebra lo sostenían. Atlas podía descansar.
A su lado, Morgana, su sangre, llevaba su libro abierto, el que Merlín por la eternidad había codiciado. Su mano sobre la suya, sus ojos sobre los suyos, los labios invocando un ritual para oídos apagados, la última poesía, el canto de la muerte. Cerró los ojos.
Su lágrima concluyente cayó hecha cristal, reflejada en su interior, la magia de las hadas preservó su vida, sería una joya más en los ríos del Tiempo.
Detrás de sus párpados, las imágenes finales. Vio su crianza plebeya, su aprendizaje de escudero, el primer encuentro con la espada, la piedra, el lago, las bases de su reino, la mesa redonda y la mirada furtiva de su amada. Vio la gloria de Camelot, sus caballeros por el mundo, sus hazañas contadas por una eternidad tan breve. Vio los futuros inviernos, los salones callados, las velas apagadas, la nada.
Hola,
Hasta acá llega el texto original de hoy, abajo dejo una versión traducida del cuento. Es la primera vez que convierto un texto de ficción completo al inglés, espero que te guste. Si le pifié demasiado decime así mejoro.
Hoy, además, terminé el manuscrito preliminar de mi tesis. Tomó un año y medio, pero ya estoy en la recta final. Con el viento, y la burocracia, a favor voy a estar defendiendo mi tesis la tercera o cuarta semana de diciembre. Sí, probablemente me corresponda llevar sidra y pan dulce para el jurado.
Por otro lado, empecé a leer los cuentos completos de Julio Cortázar, después de haberme devorado las obras completas de Borges el verano pasado corresponde que arranque con el segundo incroyable de la literatura argentina. Leí tres cuentos esta semana y fue difícil limitarme para no abandonar las correcciones del manuscrito por su prosa.
Espero que vos también hayas podido entregar tus cosas en tiempo y forma, el calendario nos corre a todos.
Abrazo,
Fidel
PD: Podés invitarme un cafecito para celebrar.
Arthur's death | Avalon
The iron gone through his chest, he closed his eyes. His consciousness could barely recover traces of his journey. He heard the muffled fall of his body, perhaps also that of his son, victim of the same action. He felt first blood in his nose, then blades of grass and the flowers of his last autumn. He clenched his hands in vain, the phantasmagoria had triumphed, his body was no longer his own. Behind the crowned helmet his blue eyes reflected the cloudless sky, the glow faded with the sinking sun.
Those who had served on his round table came to his side, like a magic circle of silver mushrooms, shining within their war-stained armor. Gawain rested a knee beside him, for the first time he was taller than his king. He clasped his hands to his chest and sheathed the sword that had crowned him, the steel delivered by the Lady of the Lake.
They interlocked dozens of shields and raised the tallest of men upon them, even in death his weight made the knights bow. They walked towards the horizon, crossed the bleeded field, turned their backs on Camelot, the golden halls, the oaken table and the Christian cross. They followed in the footsteps of their ancestors, guided by pagan rites, perhaps treading on ancient Roman paths.
Driven towards the sun and the sea, they were not surprised to find a boat on the shore. None feared for the body as it rested on the unmanned vessel of a single misty sail. With their boots in the water, ignoring the crashing waves that rusted their prides, they uncovered themselves and rested their foreheads on the smooth wooden rim. There were even tears that, as they fell, became glittering crystals, and so, wrapped in the treasure of loss, Arthur set sail for Avalon.
The king's conscience followed the swaying of the waves and the caress of the wind that blew always in his favor. As any man, his eyes only saw the sky, for knowing the way to the island is forbidden to mortals, for it is only outward. Unbeknownst to him, beneath the waves and among the foam, the fish women rested their webbed hands to guide and rock him alike, as one who prepares a newborn for his first sleep.
He no longer felt the sea and knew then that he had arrived. The sky gave way to trees, oaks that would have seen empires born and collapse, so short as the glow of a firefly. The leaves shone with ancient light, as old as the earth itself, like emeralds wishing to be leaves. The branches shifted to topazes, rubies, diamonds and emeralds again. Yellows, reds, translucents and greens. The seasons traveled as swiftly as bird's flight.
He felt his head bow, the snowy beard brushing the breastplate of decorated insignia: the dragon in the cloth did not swell with the air from his chest. He no longer wore the helmet, only the crown on his forehead. Behind, even more precious, the hands of Guinevere held him. Atlas could rest.
At his side, Morgana, his blood, carried her open book, the one Merlin for eternity had coveted. Her hand on his, her eyes on his, her lips invoking a ritual for faded ears, the last poetry, the song of death. She closed his eyes.
His last tear fell crystallized, reflected inside it, the magic of the fairies preserved his life, one more jewel in the rivers of Time.
Behind his eyelids, the final images. He saw his plebeian upbringing, his squire's training, the first encounter with the sword, the stone and the lake, the foundations of his kingdom, the round table and the furtive glance of his beloved. He saw Camelot's glory, its knights around the world, its exploits told for such a brief eternity. He saw the future winters, the silent halls, the extinguished candles, the emptiness.