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Capítulo 18: Atenea
—¿Qué te ha hecho tardar tanto? Empezaba a preocuparme.
Camila frotaba una palma contra la otra, haciendo contorsiones con las manos. No quitó la vista de sus dedos hasta que Leila pasó su mano interrumpiendo su mirada.
—¿Camila? Hace una hora que has llegado y respondes con monosílabos.
—Perdón.
Paseó sus ojos por la habitación. Podía ver casi todo el monoambiente desde dónde estaban. La mesa ratona seguía en su lugar con una tetera y una taza a medio tomar sobre una bandeja. Un par de libros estaban abiertos y al lado una pila de apuntes prometía una noche de estudio. En un rincón un trípode sostenía una cámara con micrófono y al lado una biblioteca guardaba varios aparatos electrónicos. La cama escondía el cuerpo físico de Leila entre sus sábanas, su respiración se notaba en un suave vaivén. Detrás suyo, un espejo gigantesco ocupaba varios metros de pared.
—¿A qué te dedicás?
—¿Qué?
—¿Qué hacés de tu vida?
Leila se rió.
—Que extraña te has puesto, niña.
—No soy niña, no puedo ser mucho más chica que vos. ¿Cuántos años tenés?
—Ala, estamos con ánimos de pelear hoy, ¡eh! Esperaba un reencuentro más ameno.
—Perdón.
Camila fijó sus ojos en Leila evitando su cara. Su silueta plateada tenía algo de verde esta vez. Llevaba una musculosa oscura con una pollera. Tenía las piernas cruzadas, una mano en el regazo y con la otra acariciaba a Confianza que no dejaba su lado. Lei hizo girar un par de veces sus pies descalzos. El silencio volvió a extenderse entre ellas.
—Veintiocho.
—¿¡Veintiocho!? No lo puedo creer.
—¿Tan mal me veo?
—No, no es eso. Es que… te imaginaba más joven.
—Lo tomaré como cumplido. ¿Y tú?
—Diecinueve.
—Diecinueve.
Vió como Leila repetía el número entre labios, como para recordar. Llevó una mano a su oreja para acomodarse el pelo y dejó a la vista varios aros unidos por cadenitas.
—Trabajo y estudio relaciones internacionales.
—¿Enserio? ¿Viajás mucho entonces?
—Ahora trabajo en asuntos más domésticos, pero sí, viajé mucho.
—Wow. ¿Cuántos idiomas sabés?
—Seis.
—¡¿Seis?!
—Castellano, catalán, inglés, francés, ruso y chino.
—¿Ruso y chino? Imposible.
—¡Querida! Eres terrible, ¿cómo que imposible? ¡Mirate además!
Leila saltó hasta el centro de la habitación y apuntó al espejo. Camila la miró desde el sillón. Habían aparecido un par de borcegos en sus pies y podía ver como el largo de su pelo caía casi hasta la cintura de su cuerpo atlético. Saltó frente suyo, tuvo que elevar apenas la cabeza para mirarla directo a los ojos.
—Mira.
Leila la tomó de los hombros e hizo girar. Sintió sus manos amplias como un abrazo cálido. La confianza empezó a invadir su cuerpo y una sensación tranquilizadora la recorrió entera. Dada vuelta, pudo verse. En el espejo brillaba con un amarillo tenue que irradiaba con fuerza desde sus manos. La silueta de Leila la pasaba por casi una cabeza.
—Sigue preguntando.
—¿Qué, qué pregunto?
Camila giró la cara para ver a Leila atrás. Le hizo una seña hacia adelante y volvió a concentrarse en su reflejo.
—Lo que quieras Cami, yo voy a intentar contestar.
—¿Chino y ruso? ¿Cómo hiciste para aprender?
—A ver, tuve que empezar con ruso cuando era chica. Me había enamorado de un autor y pensaba que no me alcanzaría con leer las traducciones francesas, tuve que seguir.
—¿Y el chino?
—Parte del oficio. Luego de terminar la ESO decidí empezar junto con la uni. Sentí que debía aprender.
—¿Y querés aprender algún otro idioma?
—He intentado aprender portugués, japonés y alemán. Todavía estoy en eso.
—No lo puedo creer. Dónde vivo saber inglés ya es mucho.
—Tranquila, no es una competencia.
—¿Y catalán porqué?
—Mi madre es de Cataluña, viví en Barcelona varios años cuando mis padres se separaron.
—¿Se separaron?
—Sí. Algunas personas no fueron hechas para vivir juntas.
Volvió el silencio. Camila vió como el brillo de sus manos que había aumentado comenzaba a disiparse.
—Vamos, sigue niña, que nos falta poco.
—¿Nos falta poco? ¿Para qué?
—Ya verás. Concéntrate. ¿Qué quieres saber?
Miró otra vez el espejo y puso las manos en cuenco. Notó cómo aparecía la silueta del huevo de la última vez.
—Todo quiero saber, Leila. No me alcanza la vida para lo que quiero saber.
—Pregúntalo todo entonces, querida.
Si no fuese por su color fantasmal, Camila estaba segura que se le hubiera subido el rubor a la cara.
—¿Cómo sabés tanto de este lado? ¿De dónde aprendiste?
—Prueba y error. Fueron varios años de pérdidas y desencuentros con Confianza. Al principio no creí que fuera más que un sueño, luego empecé a verla despierta y me asusté.
—¿A Confianza? ¿Durante la vigilia?
—Sí. Pronto vas a poder hacerlo tú también. Primero en el espejo del ascensor. Recuerdo que la primera vez casi me muero del susto. Creí que había perdido la cabeza. Luego empecé a verla por todos lados: en el espejo del baño, los charcos de lluvia, el reflejo de los escaparates.
—¿Escaparates?
—Vidrieras.
—¡Ah!
—¿Y cómo creés que se explica a nivel cerebral? Digo, por algo podemos escucharlos estando despiertas.
—Querida, no tengo capacidad alguna para responderte eso. ¿Pero escucharlos dijiste? ¿Ya puedes escuchar a Curiosidad?
—Sí. Asumo que sí, sino no sé a quién escuché esta noche antes de dormirme. ¿Vos desde cuando pudiste conversar con Confianza?
—Desde el momento que estás viviendo ahora. Mira.
Leila apuntó al espejo con su mano repleta de anillos. Camila, que había perdido la concentración en su imagen, pudo ver la transformación. El huevo amarillo hacía rato había perdido su silueta y una bola de luz flotaba sobre sus palmas abiertas.
—Ya casi.
Camila abrió grande los ojos. Ya no podía quitarle la mirada de encima a su Emoción. Notó una presencia en su cabeza. Quiso observarla, como a los pensamientos durante sus meditaciones. La luz empezó a rotar y reformarse. Giró las palmas oponiendo una contra otra. En el centro, Curiosidad terminó de formarse. El ave apoyó sus patas sobre su antebrazo.
—¿Una lechuza?
—Mochuelo de Atenea, en realidad. —Camila corrigió a Leila.
—Que ñoña.
Mientras reían, Camila no lograba quitarle los ojos de encima a Curiosidad. Le acercó una mano y acarició las plumas entre su cabeza.
—Hola.
—Hola, Camila. Al fin.
El pájaro la miró directo a los ojos. Camila no pudo evitar sonreír. Volvió los ojos al espejo y notó la sonrisa reflejada en la cara de Leila. La primera duda de Curiosidad afloró en su cabeza. La repitió en voz alta.
—¿Y ese espejo tan grande para qué?
La sonrisa de Leila se fue apenas.
—Emm, ya estaba cuando alquilé. Nunca pregunté.
Leila volvió a apoyar una mano en el hombro de Camila.
—Concéntrate, cariño. ¡Mira lo que has logrado!
—Logramos.
Camila se tiró para atrás, apoyando su cuerpo sobre el de Leila. Con su mano libre siguió acariciando la barbilla de Curiosidad.
—Logramos. —repitió.
Hola,
Recuperé el ritmo, aunque sea a altas horas de la noche. Creo que con este capítulo y el anterior se empieza a construir el giro de la novela. Estoy contento de hacia dónde va, aunque no tenga del todo formada la idea final.
Esta semana escribí un cuento que me gustó mucho. Avisame si te interesa y te lo paso, estoy pensando agregarlo al libro que estoy componiendo. De a poco va tomando forma, creo que para fin de año voy a tener una primera versión para ir pasando por editoriales. No tengo idea de como es el proceso así que si estás al tanto contame.
Por otro lado, estoy buscando opciones para hacer un doctorado en biología o en filosofía de la ciencia. Por ahora toca mandar mails, ir a reuniones y charlar con gente. Si llega a surgir algo ya te contaré. Creo que eso es todo por esta semana.
Voy a estar mañana lunes a las 20:00 por Twitch hablando de biología, ciencias y filosofía. Además, el podcast está en YouTube, Spotify e Instagram.
Si querés ayudarme podés invitarme un cafecito, reenviar este mail a tus contactos o responderme con algo de feedback acá o por Twitter. Todo ayuda.
Hasta la semana que viene,
Abrazo,
Fidel
Gracias a Carmen y a Ana por la corrección del texto.