Capítulo 21: Dojo
Vicente tiene una conversación con el sensei del dojo, practica con Matías y toma una decisión.
Podés acceder acá al Capítulo 1 o al Capítulo anterior
—Sensei, disculpá. Tengo que decirte… decirle algo.
—¿Sí, Vicente?
El hombre lo esperaba parado debajo del cuadro con la cara antigua del fundador del dojo. Sus pies descalzos sostenían un cuerpo flaco y erguido.
—El otro día me fui del tatami antes de tiempo. Sé que estuve mal, pero el humor me jodió la cabeza.
Vió como su maestro de pelo blanco cruzaba las manos detrás de la espalda.
—Yo sé que no estuvo bien, no me quiero atajar o poner excusas, pero estoy intentando mejorar, en serio, creame.
Buscó sus ojos y encontró una mirada quieta y profunda, sintió cómo era examinado, visto.
—¿Qué hacés arrastrándote así Vicente? ¿No te da vergüenza? —Ira se hizo presente.
Respiró hondo y centró su atención en el vaivén del aire en la nariz. Sintió su pecho hincharse con cierto dolor, se concentró en la sensación y dejó que recorriera todo su cuerpo. Volvió a abrir la boca.
—Solo le pido otra oportunidad. Una chance más y después si no me manda de una patada en el orto a la calle.
El sensei levantó las cejas.
—Perdón.
Creyó intuir una sonrisa debajo de los ojos profundos.
Se llevó una mano a la boca y apretó sus labios uno contra el otro, como si quisiera sellarlos.
—Mmm —el hombre dió un par de pasos a un costado, luego al otro. —Creo que lo suyo no fue tan grave, Vicente.
Clavó sus pies de vuelta frente a él y encontró sus ojos con una expresión diferente.
—Pero no dejo de preocuparme…
—¿Qué pasó? ¿Qué otra cosa hice mal?
Llevó una mano a su hombro y Vicente sintió cómo todos sus músculos empezaban a aflojarse.
—Eso mismo Vicente, asumir estar equivocado, incluso antes de que termine de hablar.
Vicente desvió la mirada al suelo y se apretó los labios en una especie de sonrisa.
—Perdón.
—Vamos, por favor, ya suficientes perdones.
—Es que hace poco que me equivoqué con alguien.
Levantó la mirada con ojos llorosos, podía ver las lágrimas nublandole la visión, se negaba a dejarlas ir. Apretó la mandíbula y se mordió la lengua para no dejar que se le escapen.
—Vas a estar bien. Arriba. No existe pasar por la vida sin equivocarnos, hay que soltarse un poco de vez en cuando.
Sorprendido por el tuteo, sintió las manos golpearlo apenas en los hombros y el costado de sus brazos. Notó lo duro que estaban sus brazos y al bajar la mirada vió cómo sus puños estaban apretados como rocas.
—Y no estoy hablando solo por hoy Vicente, desde que llegó al dojo que lo veo.
—¿Qué cosa?
—Esa frustración que tenés adentro, la forma como reaccionás a tus errores, las palabras que te decís a vos mismo…
—Si tan solo supiera que no hablás solo.
—Ahora no, Ira.
Abrió grande los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado, el truco que usaba cada vez que no lograba escuchar del todo a alguien, esperando que su cabeza reproduciese de nuevo lo que Hernán sensei acababa de decir.
—No solo podemos valorarnos en nuestros momentos de excelencia, Vicente. Toca quererse en todo momento, no solo cuando logramos lo que queremos.
Vicente se quedó en silencio. Intentó decir algo pero ningún pensamiento lograba coordinarse con sus labios.
—Vamos, mucha charla y poca práctica. Vaya a entrenar.
Asintió con la cabeza apretando cada músculo de su cara. Al sonreír bajó la guardia y una lágrima cayó de cada ojo. Buscó a un compañero para entrenar. Despreocupado, ni siquiera le molestó terminar junto con Matías.
Esta vez su compañero practicaba en silencio. Intentó usar toda la delicadeza que pudo juntar, pero su sonrisa habitual estaba apagada y solo una cara seria lo enfrentaba en cada ejercicio.
—Mirá, ahora ni siquiera el nuevo te da bola, realmente lo tuyo es un superpo…
—En realidad hice boxeo antes, todavía hago de hecho… —interrumpió el monólogo interno de Ira.
Vicente desvió la mirada, se agarró la nuca y pasó su mano por el cuello. La cara de Matías se iluminó.
—¡Yo sabía que algo más tenías que hacer!
Achinó los ojos frente a la respuesta explosiva de su compañero, pero mostró los dientes en algo que parecía una sonrisa.
—¡Y sonríe además! ¡Hoy es el día!
—¡No te pasés tampoco!
Lo hizo girar en el lugar para hacerlo terminar poca arriba en el suelo. Matías se veía preocupado de nuevo. Le tendió una mano y empezó a reír. En seguida reían al unísono. Practicando entre chistes y carcajadas, ni siquiera notaron las miradas de los demás. Menos aún del sensei que, mientras hacía que no con la cabeza, no pudo evitar sonreírse.
Estaba sentado en el banco del vestuario cuando Matías volvió a acercarse. Se puso al lado suyo y se inclinó hacia él.
—¿Cómo hacés para entrenar tanto?
—Bueno, vengo acá tres veces por semana y voy dos a boxeo. Los sábados me los dejo para correr y los domingos descanso.
—Sí sí, que los días dan, dan. Pero ¿cómo hacés? ¿De dónde sacás esa energía, esa fuerza de voluntad?
Vicente nunca se había preguntado eso. Lo hacía y ya. Los recuerdos de su casa de la infancia lo invadieron. Los golpes en la puerta, las puteadas a través de la madera, los platos rotos. Recuperó una imagen de él y Camila encerrados viendo televisión, intentando ignorar los llantos y el griterío alrededor. Sintió el calor de la rabia invadir su pecho, respiró hondo y miró hacia adelante, esquivando los ojos inquisitivos de Matías.
—¿Qué le importa a este? ¿Qué pregunta?
Pudo ver la imagen de Ira en el espejo de la pared. Vió cómo el rojo emanaba de su pecho y cubría su cuerpo lentamente. Respiró hondo una vez más.
—Es que me da miedo, ¿sabés?
Matías se frenó en seco y lo miró de arriba abajo. Boquiabierto, no logró contestar.
—Me da miedo que le pase algo a alguien que quiero, me da miedo no poder cuidarlos.
—¿A quiénes?
—A todos.
Cerró los ojos. La imagen de Tristán en el suelo volvió a él. Vió cómo se superponía con sus recuerdos, el cuerpo en el piso y el retumbar de unas sirenas. Dejó que el enojo creciera dentro suyo, sintió la brújula formarse en su mente una vez más.
—Tenemos que hacer algo, ¿no? —sintió la voz de Ira dentro suyo.
Asintió con la cabeza. La voz de Matías interrumpió sus pensamientos.
—Che, con los demás habíamos quedado en ir a comer algo. Vienen Eze, Lu, Rodri y Franu. ¿Querés venir?
Escuchar nombrar a Francisca fue suficiente para sacarlo del ensimismamiento.
—Vamos a comer una pizza y seguro a tomar unas birras, venite.
—Gracias, pero hoy justo no puedo.
—Dale, copate.
Vicente tomó aire por la nariz. Quería decir que sí.
—Había quedado con un amigo para ayudarlo con algo. Me necesita.
Levantó sus cosas y le dió la mano a Matías.
—Será la próxima.
Hola,
Volvemos a una sana regularidad. Aunque no voy a hablar demasiado de eso para no yetearla. Ya tengo unos cuantos capítulos más escritos que están siendo revisados por la mejor editora, mi hermana Carmen que corrige entre cada bordado que hace, así ustedes no sufren mis errores de estilo.
Quizás conocen el otro proyecto que tengo junto a Ana Sevilla, A Quien Corresponda. Es otro newsletter, en este caso de no-ficción, dónde hablamos semana a semana de escritura. Publico ahí cada quince días así que la idea sería alternar entre uno y el otro. La semana pasada salió “Escribir enamorado”, por si te interesa.
Descubrí que entro en la categoría de “discovery writer”, un término en inglés que a grandes rasgos refiere a quienes nos gusta escribir con personajes bien definidos pero baja planificación de la narración. Como plantear un final arruina un poco la historia para mí, la mayor estructura que uso es conocer la cantidad de capítulos a lo que apunto y con este número 21 estaríamos terminando el primer tercio.
Ya veremos si mis cálculos son correctos.
Espero que te guste,
Como siempre, estoy mañana lunes a las 20:00 por Twitch. Además, el podcast está en YouTube, Spotify e Instagram.
Las semanas que no escribo acá aparezco en A Quien Corresponda.
Podés ayudarme reenviando este mail, con feedback, compartiendo por Twitter o con un cafecito.
Hasta la próxima,
Fidel