Capítulo 24: Control
Los pensamientos de un personaje lleno de demonios internos que intenta controlar sus inseguridades y su voz interior con relación a otros.
Podés acceder acá al Capítulo 1 o al Capítulo anterior
—No se te estarán ocurriendo ideas raras, ¿no?
—No.
Te está mintiendo.
—Cuidado con lo que hacés.
—¿Cómo?
—Sí.
Mirá la cara que pone, te está mintiendo.
—No quiero volver a encontrarte haciendo idioteces.
—Fue un error.
—Que no se vuelva a repetir.
—De ninguna manera.
Te oculta algo, te miente. Mirá como tiembla, como se mueve.
—¿Pudiste sacarle algo de información?
—No mucha la verdad.
¡Miente, miente! ¡Decíselo!
—¿Me estás mintiendo a mí?
—No, ya sabe que nunca.
¡Mentirosa!
—¿Me estás mintiendo a mí? ¿Quién creés que sos?
—No creo nada, no estoy mintiendo.
Te insulta, te levanta la voz, se ríe cuando te das vuelta.
—¿Quién te dijo que me respondas?
—Perdón, no quise.
Miente otra vez. Lanza la piedra y esconde la mano. Mentirosa.
—No importa lo que quisiste. ¿Porqué me tenés que contestar así?
¡Sí, sí! Te falta el respeto, siempre te faltan el respeto, todos te faltan el respeto.
—¿Así como?
Mirá como te habla.
—Ah, ¿encima te defendés? ¿Algo más que quieras decirme?
Cree que es mejor que vos, no te lo va a decir, te tiene miedo.
—Pero si no dije nada.
—Ah, ¿ahora vas a hacer como si nada? ¿Como si lo hubiese inventado? ¿Me estás diciendo que miento?
—¿Inventado qué cosa? ¿De qué habla, qué dije?
—Sabés perfectamente de qué hablo.
—En serio, no entiendo.
Lágrimas de cocodrilo, mirá como te engaña, todo ese llanto falso. Se hace la estúpida.
—Tendrías que hacer un esfuerzo. No es tan difícil.
—Perdón, pero no sigo.
—La falsa ignorancia nunca salvó a nadie.
—Enserio digo.
¡Mentirosa!
—¿Por qué seguís hablando? ¿No ves como me hablás? ¿No te das cuenta?
—¿Qué?
—Ese, ese tonito asqueroso que tenés para hablar.
Dejala. No hay caso, no entiende.
—La próxima vez que venga quiero tener más información de tu parte. Y corregí como me hablás. Ese tonito va a hacer que termine todo muy feo entre nosotros. —siguió.
—Así espero. —cuchicheó, una vez que se quedó sola.
—¿No habrá sido mucho? ¿No nos pasamos?
—No aflojes ahora.
—¿Y si se me fue la mano?
—Dejá de repetirte.
—No me digan que hacer, callense.
—Te va a odiar, ya te odia. Se da cuenta de como sos por debajo.
—Basta… por favor.
No pudo ocultar sus pensamientos.
—¿En serio pensás eso? ¿Cómo te va a querer?
Le costó ocultar sus lágrimas. Las voces siguieron en su cabeza.
—Sos indeseable.
—Por favor.
—¿Quién podría quererte?
—Basta.
—Hasta ellos te abandonaron.
—¡SILENCIO!
Se agarró la cabeza, como si eso pudiese prevenir lo que pasaba dentro. No había quién escuchara los sollozos en la noche. No había quien viese sus lágrimas ni entendiese su pena. Las voces se acercaron con su eco de susurros.
—Solo nosotros te queremos.
—Sh.
Apretó las manos aún más fuerte contra sus orejas a la vez que mordía sus dientes hasta limarlos.
—Pero te amamos, te necesitamos.
—¿Me necesitan?
Aflojó las palmas que tenían su cabeza.
—¡Sí! No llores, no llores. Estamos nosotros para vos.
—¿Sí?
—Sí, siempre estamos.
—¿Y se van a quedar?
—Siempre. No necesitás a nadie más.
—Pero me siento tan mal cuando me dejan.
Esta vez apretó los ojos y una vista aguda hubiese distinguido las lágrimas violeta pálido sobre el púrpura denso de su figura.
—¿Cómo? Nos vas a hacer sentir mal. ¿No te alcanza con nuestra compañía?
—Sí, bueno pero…
—¿Pero qué? ¿Ya no nos querés? ¿Nos odiás?
—No dije nada de eso.
Se llevó las manos a la boca para comerse unas uñas fantasmagóricas imposibles de morder.
—No hizo falta, algunas cosas se entienden sin palabras.
—No quise herirles, ¡en serio!
La voz sonaba vencida, oscilando entre agudos chirriantes y graves rasposos.
—Pensá en las cosas que decís entonces.
—Perdón.
—Todo yo, yo, yo. ¿Cómo sos tan egoísta?
Se dejó caer de costado y poco a poco su cuerpo se achicaba en un ovillo.
—¿No pensás en nosotros? ¿No se te cruza por la cabeza?
—Perdón.
—¿Ahora te arrepentís?
—¡Sí! Perdón.
Si su cuerpo hubiese podido habría dejado salir los mocos atascados de tanto tragar sus lágrimas.
—Bueno, está bien pero llevanos de paseo entonces.
Abrió grandes los ojos y uno de sus párpados comenzó a temblar.
—No, no de nuevo.
—Ah, pensé que te habías dado cuenta.
—¿De qué? No entiendo.
—Nada, no importa.
—¿De qué?
—Nada, nada.
—En serio, ¿qué cosa?
—Nada.
—No me mientan.
—¿Nos estás tratando de mentirosos?
—No, bueno…
—¡¿Nos estás tratando de mentirosos?!
Se acurrucó, como si le hubiesen dado una patada en el estómago. Mantuvo el silencio.
—¡Hablá! —insistieron las voces.
—No, bueno, es que…
—¿Es que qué?
—Nada, nada.
—¿Es que qué?
—Nada, bueno.
—¿Bueno qué?
—Bueno, salgamos.
—¿Cómo?
—Salgamos dije.
—¿Querés que salgamos?
—Sí.
—No te entendemos.
—Sí, quiero que salgamos.
—Ay, sí, sabíamos que ibas a cambiar de idea, sos un ángel.
—Mhm.
Se levantó frotando sus ojos. No dejaban de picar.
—Te queremos.
—Mhm.
—¿Cómo?
—Sí, yo también.
—¿Qué cosa?
—Yo también digo.
—¿Qué cosa vos también?
—Yo también los quiero.
La figura encapuchada recorrió el cielo bajo su manto violeta. Visitó primero las casas de sus anteriores víctimas, todas y cada una de ellas. Susurró en sus oídos miedos profundos, nuevos y antiguos. Temiendo por su propia seguridad, implantó terrores que garanticen su control.
Se detuvo donde siempre se detenía. Frenó en seco frente al umbral y se acercó hasta casi tocar la puerta. Como cada noche, no pasaría del otro lado, ni siquiera se acercaría para tocarla. Como cada noche, daría vueltas alrededor, miraría por las ventanas para ver que quedaba dentro. Como todas las noches, se subiría al techo para ver las estrellas como antes las veía, lloraría un largo rato antes de seguir.
Sin embargo, esta noche tenía algo de especial. El chico del gato había resistido su mordida. No lograba rastrearlo ni su emoción se había sumado a su séquito. ¿Qué habría pasado? ¿Sus poderes estarían perdiendo potencia? ¿Sería la hora de la verdad? ¿Quizás Él había abandonado su causa? ¿Habría más personas resistentes a sus hechizos?
Entre dudas y preguntas, continuó escuchando sus inseguridades y temores. Su cuerpo flotaba rodeado de ratas de ojos rojos que trepaban por la espalda, se escondían entre las piernas y hurgaban en su ropa. Una sola se mantenía quieta sobre su hombro, la mirada inquieta, un ojo azul y el otro violeta, incapaz de detener su búsqueda de peligros. Hacía tiempo que el miedo era la emoción que teñía su corazón.
Sombras de sombras de sombras.
Hola,
No solo esta vez perdí la sana regularidad, perdí toda pretensión de alcanzarla. Laburo y facultad ocupan la mayor parte de mi tiempo en estos momentos y el arte quedó algo postergado.
No voy a prometer fechas de entrega o de regularidad, solo quiero demostrar que la novela continua. Pasito a pasito, suave suave… no, mentira, pero eventualmente se llegará. Ojalá siga causándote interés para entonces.
Podés encontrarme en mi stream por Twitch todos los jueves; el podcast queda en YouTube y Spotify y podés seguirnos en Instagram.
Espero que te guste,
¿Como ayudarme? Así: reenviando este mail, con feedback, compartiendo por Twitter o con un cafecito.
Hasta la próxima,
Fidel
PD: Gracias a Carmen por la edición, estos textos mejoran con su mirada.