Capítulo 4: Experimentos
Otro personaje entra a la trama: Camila; averigüá a qué llevan sus experimentos.
Si todavía no los leíste podés acceder acá al Capítulo 1: Tristeza, al Capítulo 2: Recuerdos, y al Capítulo 3: Ira.
Capítulo 4: Experimentos
Camila sintió el brazo caer por el cansancio, el golpe en la cama sonó apenas, acolchado, haciendola vibrar. El hormigueo leve de su cuerpo quedándose dormido trepó bajo su piel pero su cabeza seguía trabajando a mil kilómetros por hora.
¿Cómo hacía Vicente? Llevaba más de treinta minutos con la técnica del brazo en alto pero no lograba dormirse del todo y entrar lúcida a sus sueños. Sacarle algunas palabras a su hermano había sido de lo más difícil en el mes, y eso que estaba estudiando para sus exámenes finales. “Hay que arrancarle las palabras con un sacacorchos, hubiese dicho su abuela”. Sabía de sus sueños porque solía hablar dormido más que cuando estaba despierto y no particularmente bajo. Era como si su enojo no durmiese,
Se sentó en la cama y se puso los anteojos, estiró un brazo a un costado y desbloqueó el celular cegándose con la luz. Abrió un archivo que venía armando hacía días y leyó la siguiente técnica de su lista.
Cómo acceder al cuerpo sutil…
Sus ojos le quemaban pero entre tantos fragmentos de artículos y guías que había recuperado de internet tenía que estar la respuesta. Nunca le había pasado que una investigación le tomase tanto.
Normalmente con una o dos semanas lograba interiorizarse en un tema, pero las experiencias eran contradictorias y poco confiables. No lograba encontrar consensos lógicos entre quienes contaban sus métodos para tener sueños lúcidos y no encontrar el patrón subyacente era como un picor en el cerebro imposible de rascar. En todo caso, estaba segura de que podría encontrar la manera, tenía que haber algún patrón subyacente, siempre lo había.
Se encorvó en la cama mirando su celular, como una gárgola en la oscuridad. Se echó el pelo por atrás de las orejas, costumbre que mantenía cada vez que se concentraba. Mientras pasaba las páginas con los dedos de una mano hacía gestos con la otra. Alguien podría pensar que estaba contando pero no había reflexión en sus movimientos.
—¿Dónde estás? —su voz apenas cruzó la oscuridad.
No era novedoso que hablase sola. La noche y la seguridad de su habitación eran su elemento, ahí podía dejarse estar como quisiera. No era extraño que murmurara o balbuceara algunas palabras mientras pensaba, como si necesitara exteriorizar sus pensamientos. Vicente hacía algo parecido, a su manera, sus palabras entre dientes no solían ser aptas para repetir, aunque Camila nunca había tenido problema con lo crudo que podía ser su hermano, quizás porque ella nunca había sido su blanco.
Debería pensar si es algo de familia, pensó, solo para refutarse de inmediato. ¡Volvé a tu tarea Camila! agregó.
Unió sus pies debajo de las sábanas y empezó a frotar sus dedos unos con otros, era su segundo nivel de concentración, cuando realmente se metía de lleno en su estudio. Siguió bajando en su archivo, buscando entre la maraña de textos, guías y testimonios copiados y pegados.
La idea central la entendía: debía quedarse dormida físicamente pero no mentalmente. Aunque desconfiara de ese dualismo cuerpo-mente captaba el concepto. Mantener la consciencia encendida mientras engañabas al cuerpo a entrar en los ciclos de sueño. Al parecer había varias técnicas distintas para inducir estos estados particulares del sueño, pero ninguna le estaba funcionando.
Hacía un par de noches incluso se había acercado a la conclusión de que sería pura charlatanería. No sería la primera vez que se demostraba que alguna de estas cosas no eran más que fantasía o alucinaciones de quienes las experimentan. Sería solo otra teoría más inventada por amantes de lo esotérico y lo paranormal. Definitivamente algunas de las historias que encontraba online eran delirantes, tenían personas con brillos fantasmagóricos, animales de colores brillantes y emociones encarnadas. Todo esto en el llamado “plano de los sueños” dónde el movimiento era extraño y quienes se “proyectaban” hacia ese lado de la existencia podían ver el “mundo de la vigilia”.
La sorprendió ser capaz de notar su desconfianza en el monólogo interno que construía. No sonás tan imparcial como deberías, pensó.
Volvió a una página que le había llamado la atención. Una tal “VerdeConfianza” administraba un foro medio pérdido con estética noventosa dónde subía sus experiencias con muchísimo detalle. Camila no estaba segura si sus historias eran reales, pero en todo caso sí que sabía escribir. Había algo en su prosa que invitaba a creerle, su nombre de usuario era cursi pero acertado. Lo que no parecía saber hacer era popularizar su sitio, había tenido que llegar al final de la sexta página de resultados para encontrarla.
Había dudado si enviarle un mensaje privado, su mail estaba ahí para que cualquiera le escribiese un correo. Se había frenado porque no tenía idea de que nivel de locura podía llegar a tener esa gente; aunque no podía negar que se le aceleraba el corazón siempre que pasaba cerca del botón de “contacto”.
—¡Concentrate Camila!—no era raro tener que repetir esas dos palabras, ya eran casi un rezo.
Su mente tenía una capacidad particular para irse de dónde estaba. Sus intereses y su pasión por el tema del momento parecía ilimitada, aunque, al mismo tiempo, incontrolable. Su entusiasmo podía crecer abruptamente, al mismo tiempo que moría de la noche a la mañana, dejandole una constelación de datos de color e investigaciones inconclusas. Oscilaba entre la pasión más absoluta por un tema y el abandono inmediato cuando llegaba al final del asunto, si es que llegaba.
Mientras leía su archivo salió varias veces a nuevas búsquedas para agregar y completar la información.
Analiza y visualiza tu cuerpo de arriba a abajo. Imagina que puedes verte desde afuera y recorre desde la punta de los dedos de tus pies a través de todo el largo de tu cuerpo hasta la coronilla.
La cita era textual de Verde. Asumía que ese no sería su nombre real pero por ahora no contaba con una mejor alternativa. La imaginaba ahí en la cama, acostada, visualizando sus pies, sus tibias, rodillas, muslos, cintura, caderas, torso, su cara…
No podía decidirse como sería su cara, pero pensó en posibles narices, en como miraría, en el color de sus ojos, en sus labios, la imaginó sonriendo…
Sin darse cuenta, hacía rato que miraba el vacío. Tenía los ojos puestos en el espacio más allá de la pantalla del celular y se estaba mordiendo el labio con una intensidad preocupante.
—¡Camila! ¡Concentrate! —se pellizcó el brazo.
Volvió al archivo. Había algo que la perturbaba, una frase que la mantenía escéptica y la hacía pensar que esta era una troupe de desquiciados. Entre las últimas entradas de Verde podía leerse un llamado particular.
Encuentro en el mundo de los sueños. Utilizar este sello de conexión. Visualizar para conectar.
Debajo había una especie de runa o ideograma dibujado. La imagen no era de la mejor calidad, era una foto de un cuaderno con el símbolo en fibrón negro. Una mano de uñas pintadas sostenía la página desde un costado; Camila pensaba en la persona detrás de la cámara. ¿Realmente pensaba que funcionaría? ¿Sería todo un gran juego elaborado? Por momentos no lograba concebir que se tratase de algo más que una broma estirada en el tiempo, como las agencias gubernamentales secretas o los planes de reptilianos para dominar el mundo.
Toda la idea de encontrarse en el mundo de los sueños le parecía un delirio absoluto, pero no podía evitar que tal vez, tal vez…
No se atrevería a llamarlo evidencia, pero ella ya había tenido una de esas experiencias “fuera del cuerpo”. Un sueño de lo más elaborado en el cual había podido ver su cuerpo desde afuera, como si estuviera parada junto a su cama. La situación solo había durado unos segundos hasta despertar. Su desconfianza de la experiencia era doble porque se había dado un día que casi había llegado a los cuarenta grados de fiebre. Sin embargo, cuando le había contado a Vicente, él le había explicado de lo frecuente que eran esas experiencias en su caso y que debía investigar un poco más. Después, acorde a su temperamento, había vuelto a responder a sus preguntas con monosílabos. En todo caso, la contaba como una profunda conexión de hermanos.
—Ya fue, hiciste cosas más locas que estas, probemos. —a pesar de su cabeza análitica y calculadora, para Camila era difícil vivir sin arriesgar un poco.
Agarró el celular con ambas manos, expandió la foto del símbolo en el celular y la miró fijo. Con las luces apagadas y solo mirando la pantalla, enseguida se grabó la imagen en sus retinas. Al cerrar los ojos podía ver la silueta de luz, como si hubiese quedado quemada dentro de la parte interna de sus párpados.
En simultáneo, empezó a visualizar su cuerpo: dedos de los pies, empeines, tibias, rodillas; iba con el máximo detalle posible; muslos, cadera, cintura; el símbolo parecía arder en sus ojos; dedos de las manos, palmas, muñecas y brazos; su respiración estaba estable, empezó a sentir un hormigueo en sus extremidades; abdomen, torso, hombros; acostada como estaba, sintió como el sueño empezaba a vencerla, hizo un esfuerzo por no moverse pero se mantuvo alerta; cuello, orejas, cara. ¿Cara? ¿Y esa cara?
—Hola—dijo la cara, casi pegada a la suya.
Camila tuvo que hacer un esfuerzo para no gritar aterrada. Tomó aire de golpe, casi atragantándose. Estaba sentada en un sillón cara a cara con otra chica, acostado entre ellas estaba un pero que brillaba de color verde claro.
Ella le dió la mano, parecía de luz plateada, y distinguió las uñas pintadas debajo, aunque se hacía difícil diferenciar los colores. En la pared, entre ellas, había un lienzo con un símbolo pintado. El símbolo.
—Esperaba visitas, —le dijo—qué bueno que halla llegado alguien, ya me decía yo que alguien tenía que venir— detrás del acento, sintió la confianza en su voz.
Hola,
Espero que estés bien, estaba semana apenas tuve tiempo para avanzar con la escritura pero me moría de ganas de pasarte este capítulo. Ojalá te guste igual de lo mucho que me gustó escribirlo a mí.
No tengo mucho para contar esta semana, pero te dejo un disco que siempre me alegra cuando no sé que escuchar: La Polinesia Meridional, de La Casa Azul.
Hasta la semana que viene,
Fidel
PD: Si querés darme una mano para que siga escribiendo es por acá.