Capítulo 6: Insomnio
Capítulo 6 de lo que se está convirtiendo una nouvelle por entregas. Tristán y Tristeza andan con conflictos e insomnio humanamente provocado.
Si todavía no los leíste podés acceder acá al Capítulo 1: Tristeza, al Capítulo 2: Recuerdos, al Capítulo 3: Ira, Capítulo 4: Experimentos, y Capítulo 5: Confianza.
Capítulo 6: Insomnio
—Tristán, vas a tener que dormir eventualmente.
—Ah, genial, ahora estoy alucinando.
Tristán estaba parado en el baño, la cara recién mojada y agachado en la bacha. Al levantar la mirada vió sus ojeras más caídas que nunca. Atrás suyo, en el espejo, vió a Tristeza estirando su lomo azul.
Se giró de golpe pero no lograba encontrarlo en la habitación, las cerámicas solo le devolvían blanco brilloso con hongos negros entre las juntas. Pensó que la falta de sueño lo estaba afectando, no era la primera vez que el insomnio lo hacía ver cosas. La cabeza le andaba lento, la luz le dañaba los ojos y algunos puntos negros se movían en la esquina de sus ojos. A pesar de todo esto, lo más preocupante era, por ahora, que Tristeza no dejaba de aparecer en el espejo.
—Dejame en paz, no tengo ganas de ir a donde me llevás. Dejame tranquilo.
—No me escuchás,—la voz de Tristeza también sonaba cansada, —vos sos quién decide a dónde vamos, son tus recuerdos que nos llevan ahí.
—Yo no elijo nada, no tengo nada que recordar. Ahora volvé a tu plano de existencia o algo.
Salió del baño y se puso las ojotas con medias. En pantalón pijama y con una musculosa agujereada, agarró las llaves, bajó las escaleras esquivando el ascensor y salió a la calle. No tenía ninguna intención de dormir.
—¿Cuánto pensás que podés mantener esto? ¿Esta noche, una más, quizás dos?
Tristán se mordió el labio, se acercó al kiosco y pidió un atado de cigarrillos con una caja de fósforos.
—Qué te importa cuánto lo pueda mantener, es tema mío.
La mujer que atendía el kiosco pasada la medianoche apenas se inmutó al escucharlo hablar solo. Agradeció, pagó y se fue. Le temblaron las manos mientras arrancaba el plástico del paquete y abría la caja. Encendió un primer fósforo que le apagó el viento.
—¿Cuánto es eso? No vas a aguantar sin dormir, y fumar no va a hacer gran diferencia.
Encendió un segundo fósforo que también cedió.
—Lo que sea necesario hasta que te vayas. Vos y las pesadillas que trajiste.
La tercera es la vencida, prendió un tercer fósforo, aspiró y sintió como el humo pasaba por su lengua, le llenaba la boca y lo tragaba hasta sus pulmones. Exhaló al tiempo que Tristeza perdía el temple.
—¡Yo no traje nada! —la voz de Tristeza sonó como un quejido en su cabeza.
Dobló en la esquina y siguió hasta la plaza. El viento veraniego adelantaba una tormenta, los árboles se movían y el aire denso se pegaba a la piel. A pesar de la hora algunas personas todavía daban vueltas, paseaban al perro e incluso vió una pareja a los susurros en un banco. Mientras caminaba notó que Tristeza se le aparecía en los reflejos de las vidrieras, siguiéndolo con pasos apurados.
—No tiene ningún sentido lo que estás haciendo, Tristán. Te vas a quedar dormido apenas te quedes quieto.
Le costaba aceptarlo, pero sabía que no mentía. De todas formas, no podía volver a sus pesadillas y sus recuerdos. No tenía tiempo ni energía para lidiar con ellos. El pecho le temblaba de solo pensarlo y su respiración contaminada se agitaba. Se acercó al único bar abierto a esta hora un jueves y se apoyó directamente en la barra.
—Un café—le dijo al mozo que se acercó.
El tipo levantó una ceja y le dió media sonrisa.
—A esta hora apagamos la máquina—señaló con una mano para atrás.
—¿Algo que me ayude a quedarme despierto?
—Mmm, ¿algún trago? ¿Una cerveza?
—No. Bueno, gracias. Creo que no me va a servir. —intentó una risa forzada, pero el hombre no se rió.
Se levantó y salió con la sensación de haber fallado de algún modo. Le dió vergüenza su sonrisa. Seguía mordiéndose el labio que ya tenía destrozado y cada tanto pasaba a los pellejos de los dedos. Volvió a sacar la caja de cigarrillos y se metió uno en la boca lo más rápido posible.
Intentó prender un fósforo, se apagó. Intentó un segundo, de nuevo. La tercera siempre funcionaba, esta vez volvió a fallar. Sintió cómo las lágrimas se le amontonaban en los ojos, los labios temblaban y sus manos volvían a estremecerse entre los fósforos. La voz de Tristeza sonó lejana en su cabeza.
—Enserio Tristán, confiá en mí. Es algo que podés controlar, tenés que dormir.
La voz de Tristeza era tranquilizadora aunque algo lánguida y lo incitaba a la quietud. Tristán soltó las lágrimas en una catarata mientras se sentaba en el descanso de una puerta. Entre sorbidas de mocos y gritos contenidos encendió el cigarrillo que le calentó los labios.
—Volvé a casa, acostate. No hay nada que hacer acá.
Se quedó sentado de cara a la plaza. Miró para un lado y para el otro, ya no quedaba nadie. Bostezó un bostezo largo y sonoro y con su mano libre se frotó la nariz y los mocos, los ojos y las lágrimas. Sus párpados revoloteaban como mariposas cansadas, su cuello cedía y ya empezaba a cabecear. Tenía razón, se iba a quedar dormido en la calle. ¿Qué estaba haciendo? Encaró para su casa.
Lanzó las llaves a un costado, se tiró al sillón y prendió la tele. Mientras los capítulos de una serie que ya había visto mil veces avanzaban, notó como entre cabeceos se perdía parte del capítulo. En su último vaivén sintió el vértigo de una caída solo para levantarse con su cansancio despejado.
Enfrente suyo, sobre la mesa, Tristeza se lavaba con toda su corporeidad recuperada. La televisión seguía encendida y podía ver la serie, aunque los colores se habían perdido y había un tinte borroso por encima de ella. Requeriría muchísima concentración solo para distinguir las imágenes con nitidez. Podía ver de nuevo su cuerpo dormido, abrazando un almohadón y con el cuello colgando; ya podía anticipar el dolor de cuello que tendría mañana.
—¡No! ¿Me dormí? ¡Despertame!
Tristán empezó a mover la cabeza de un lado al otro, nada. Entonces se agarró un brazo con fuerza y empezó a retorcer con sus uñas.
—¡Esperá! No hay apuro, en serio. Demos una vuelta mientras descansás.
Aflojó su piel.
—¿Una vuelta?
Tristán miró a Tristeza que caminó hasta dónde estaba y se frotó contra él.
—Sí, la vez pasada no llegué a darte suficientes indicaciones pero podés ir a dónde sea.
—¿A Marte? —había algo de emoción en su voz.
—Bueno, a cualquier lugar que tengas una referencia, más que nada lugares en los que hayas estado.
Tristán bajó los hombros y se quedó pensando.
Hacía rato que no salía, más allá de ir a hacer las compras, la caminata ocasional para ir a hacer un trámite o para no comer en su casa. Trabajaba desde su computadora así que no tenía gran incentivo para moverse del departamento. Además, desde que se había peleado que no salía, todavía la podía…
—Despejá la cabeza, no pienses en ella ahora.
La voz de Tristeza lo trajo de nuevo a la realidad. ¿La realidad? Ya no estaba del todo seguro.
—¿No querés visitar a alguien más? ¿Alguien qué no veas hace rato?
Pensó en sus padres primero, pero no, ¿qué podría esperar de sus rutinas nocturnas? No demasiado. Su cabeza se fue de golpe a su abuela. Hacía rato que no hablaba con ella. De cada tres llamadas perdidas le contestaba una, no estaba del todo seguro por qué, pero se le hacía difícil responder a sus demandas. Cuando iba a su casa era más fácil; era sentarse, comer y quedarse en silencio mientras ella monologaba, una especie de intercambio tácito. Solo tenía que tener la precaución de mentalizarse para sus abrazos y sus besos, no podía más que rehuirla, aunque le enojara esa parte de sí.
Cerró los ojos y pensó en la vista de su departamento en el bajo, en cómo se veía el estadio en la noche, siempre con la luces encendidas. Visualizó las plantas que sobresalían del balcón formando una pequeña jungla en altura.
Al abrirlos estaba ahí.
Hola,
Espero que tu semana haya andado bien. Por mi parte fue algo extraña, renuncié a mi trabajo como redactor publicitario y estoy intentando empezar mi carrera como docente de biología. Ya veré como resulta. Serán menos horas por día, que siempre es bien recibido a imagen y semejanza de Bertrand Russel, pero mi exitismo me va a hacer compensarlo volviendo a someterme a las garras de la facultad, esta vez para hacer el profesorado. Espero que la mala pedagogía propia de la facultad no sea también la norma en las materias educativas, a man can dream.
Hace un tiempo que estamos grabando un podcast con un amigo reciente, Sebas, y pasamos por Twitch los jueves a las 20:00, el canal es Momma TV, esto cuenta como una invitación formal a escucharnos delirar sobre biología, política, el fin del mundo y la creación de un enemigo intergaláctico. En cualquier momento también va a quedar el archivo disponible en YouTube.
Esta semana estuve leyendo “Mythos”, una reescritura de los mitos griegos por Stephen Fry. Es una excelente puerta de entrada para quien necesite hacerse una columna vertebral de los mitos y siempre me asombra la capacidad explicativa que tienen las historias de nuestros ancestros. Ya estoy mirando con amor Beowulf, el Enuma Elish y el Poema de Gilgamesh que tengo en la repisa.
El viernes que viene es mi cumpleaños, no creo que cambie demasiado en el esquema de este correo, pero ahora ya sabés que soy de Piscis como Justin, aunque no crea para nada en el Horóscopo (referirse al capítulo de Cosmos de Carl Sagan al respecto).
Si querés darme una mano podés mandarme un cafecito, reenviar este mail a tus conocidos o responderme con algo de feedback. Todo ayuda.
Saludos,
Fidel