Si todavía no los leíste podés acceder acá al Capítulo 1: Tristeza, al Capítulo 2: Recuerdos, al Capítulo 3: Ira, Capítulo 4: Experimentos, Capítulo 5: Confianza y Capítulo 6: Insomnio.
Capítulo 7: Antigua
Su abuela estaba sentada en el sillón mirando el noticiero. Por la hora podía ser una lectura astrológica, la bruja de turno o los pastores del “pare de sufrir”. La luz bailaba sobre su cara, dibujando imágenes entre sus surcos arrugados. No bostezaba y sus ojos eran un dos de oro a pesar de la hora. Tenía el mismo brillo plateado que había visto en sí mismo pero un tono azul reinaba sobre ella y la habitación entera. A su lado una taza de mate cocido a medio tomar, el saquito apoyado en un plato de porcelana decorada y una madeja de lana algo deshecha. Se quedó parado ahí un rato, mirándola como si compartiesen el momento.
Sin saber cuánto tiempo habría pasado, la vió levantarse (sin apagar el televisor) e irse a la cocina. Tuvo que transportarse al pasillo para poder seguirla. Desde ahí alcanzó a ver cómo estiraba un brazo esforzado para abrir una alacena, descubrió una oración pegada del lado de adentro. Su abuela se persignó y pasó una mano, una caricia, por la cara de la virgen. Sacó una vela de un cajón, la puso sobre otro platito decorado y la encendió con el magiclick; apoyó una estampita atrás y puso un rosario rodeando el altarcito.
—¿Hace esto cada noche? —preguntó Tristán.
—Es lo que está haciendo ahora, en tiempo real.
—¿Qué hace? —la curiosidad de Tristán era genuina, nunca había encontrado confort en la religión; el acceso a ella le estaba vedado, solo se sabía la plegaria al ángel de la guarda.
—Me imagino que está rezando, mirá —Tristeza saltó sobre la mesada y parecía apuntar con la mirada.
Tristán miró a su abuela, el halo azul profundo que la envolvía parecía emanar de ella encharcándose a sus pies. Le hacía acordar a Tristeza pero había algo extraño en su emoción un par de tonos más oscura, su densidad era mayor, un pozo insondable, un lago a medianoche.
—Es una Tristeza antigua, una algo distinta a la tuya.
Sentía como la emoción empezaba a permear en él, a colarse entre las uniones como una lluvia perpetua empapando cada recoveco. Los ojos se le pusieron vidriosos sólo con la atmósfera del lugar, le costaba moverse y un sopor empezaba a cubrirle el cuerpo.
—¿Y tiene un animal también?
—No siempre están a la vista cuando están despiertas las personas, pero me parece que de todas maneras no la vas a ver desde acá. ¿No te acordás?
Tristán resistió enojarse con una pequeña punzada en el pecho. No, no se acordaba, había tanto que no se acordaba.
—¿Cómo desde acá? ¿Puede estar lejos?
—Necesitás un poco de distancia, estás demasiado cerca para verla.
Se acercó a su abuela, pudo verla en primer plano. Su cara se veía tan vieja, más vieja de lo que la había visto nunca, como sabiendo que la muerte ronda a la madrugada. Las ojeras oscuras, la cara surcada con un delta de arrugas y pálida de susto. Se quedó helado, frente a él, mirando a través de su pecho hacia dónde estaba a vela, su abuela lloraba. Extendió su mano y quiso tocarle la cara; todo cambió cuando tocó una de sus lágrimas.
De golpe, estaba en un cementerio. Los paredones altos de ladrillo se levantaban a lo lejos, difuminados en un marco gris nebuloso. Giró y entre epitafios y ángeles de piedra pudo ver una escena. Una mujer joven acercándose a una lápida y arrodillándose frente al mármol húmedo, sin cuidado por sus pantalones de vestir. A pies de la placa descansaban flores todavía nuevas a las que agregó un nuevo ramo idéntico. La lápida no tenía nombre, solo una fecha: un año, un mes, un día.
Tomó algo de distancia por detrás del mármol para poder verle la cara. Junto a ella, flotando en el aire, ahora visible por la perspectiva, una ballena azul profundo se extendía por metros y metros. Si no la había visto antes era porque estaba dentro de ella, como al subir montañas olvidamos que tenemos la cabeza entre las nubes.
El movimiento interrumpió sus pensamientos. La mujer giró la cabeza y lo miró con ojos en lágrimas, no podía estar seguro, pero creyó que lo miraba a él, la cara se le hizo ahora tan familiar como podía ser posible. Volvió a bajar la vista a la lápida y todavía con el pantalón en el suelo intentó una sonrisa y se golpeó las rodillas en un último llamado.
—Vení nene, vení.
Entonces se quebró su voz, un desprendimiento de montaña, un terremoto del ánima. Tristán notó como el azul del recuerdo que formaba todo empezaba a desvanecerse, vió la cara de su abuela ajarse de a poco, cubrirse de manchas y el pelo perderse en niebla plateada. En su transformación, solo sus ojos permanecieron iguales, anhelantes, llorosos, buscando más en el cielo que en la tierra. Sin que ella supiera, la acompañó en su llanto.
Hola,
Espero que sigas bien. Perdón por la hora, todavía estoy intentando cumplir con el cronograma a tiempo. Por suerte ya logré estabilizar las entregas (cruzo los dedos), ahora queda el horario. ¿Tenés algún horario preferido? ¿Te es indistinto? Me encantaría saber.
El viernes fue mi cumpleaños (n°26) así que pasé un fin de semana con altas dosis de interacción social, por suerte todas excelentes. Pude ver a todos mis amigos y mi familia así que se me llenaron las hojas de los ejercicios de gratitud al instante.
No quiero mufarla pero mañana tengo que ir a firmar contrato para arrancar como docente auxiliar en un colegio, así que algunos pobres adolescentes tendrán que soportar mi amor por la biología próximamente. Ya te contaré más cuando tenga novedades.
Ojalá sigas con todos tus proyectos y también tengas una linda semana,
Si querés darme una mano podés mandarme un cafecito, reenviar este mail a tus conocidos o responderme con algo de feedback. Todo ayuda.
Nos vemos la próxima,
Fidel