Capítulo 14: Reencuentro
Camila se toma un tiempo para pensar después de su conversación con Vicente.
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Capítulo 14: Reencuentro
La conversación con su hermano la había agotado y energizado en partes iguales, como cuando volvía de hacer deporte. Por un lado había sido difícil sacarle la información y que hable, pero al mismo tiempo había logrado llegar a Vicente de una forma que hace tiempo no mostraba.
¿Y ese destello amarillo en sus ojos? ¿Ese cosquilleo que había sentido en los dedos? ¿Era esa la emoción que le transmitía a Vicente?
Algo había logrado cambiar en él, lo había notado; no, sentido. Así como él le había transmitido su enojo tantas veces sin darse cuenta, ahora ella lo había incentivado a probar algo nuevo, a investigar si había entendido bien a su compañera, a buscar en sus propias emociones.
De todas formas, ella misma no lograba discernir si lo que Amanda, la compañera de aikido de Vicente, había dicho era con mala intención o no. Ella creía en tomar siempre la interpretación más generosa con los demás. En general no creía que alguien pudiese estar actuando con malicia, era más bien la falta de conocimiento la que perjudicaba a las personas. Eso no le impedía a Camila tener fuertes opiniones contra la ignorancia, especialmente la que veía casi deseada o justificada.
Además, la falta de control de temperamento que tenía su hermano le hacía dudar de la gravedad del asunto. Nunca se lo diría así, pero a veces podía saltar a conclusiones apresuradas o se dejaba ganar por su emocionalidad. A pesar de tener piel gruesa para los golpes, Vicente no era conocido por su tolerancia o sentido del humor. Aunque ella disfrutaba de sus chistes ácidos, él tenía dificultades para cierto tipo de comedia más convencional.
Camila volvió en sí solo para notar que hace al menos cinco minutos que estaba lavándose los dientes con la vista clavada en un rincón del baño y una encía le empezaba a sangrar.
—¿Y quién seré yo para juzgar lo raro en mi hermano?
—Razón… algo…
En el cuarto vacío, una voz sonó cerca, demasiado cerca. Camila pegó un salto dejando salir la pasta y espuma por la boca, manchando su remera.
—¿Qué?
Miró a un lado y al otro, pero no encontró la fuente de la voz que había sonado cercana y suave. Asomó la cabeza al pasillo oscuro.
—¿Vicen? ¿Sos vos?
No recibió respuesta.
—No me asustes. —agregó.
Solo le respondieron los ruidos de fondo de la casa. Miró la remera que estaba toda chorreada.
—Ay, no.
Le llegaba casi hasta las rodillas y, aunque fuese un pijama, la había comprado en el primer recital de metal acompañada por su hermano y le tenía mucho cariño. Saliendo casi últimos del estadio, solo consiguieron un talle XL.
Escupió lo que le quedaba de pasta, se enjuagó la boca y limpió como pudo la mancha.
—Ahí va.
Descalza y en puntas de pie, cruzó rápido el pasillo hasta su cuarto. Cerró la puerta al tiempo que encendía la luz del ventilador. Se acercó hasta la cama y prendió el velador. Volvió hasta la puerta para apagar la tecla que acababa de prender.
Se paró enfrente de su biblioteca. Los estantes iban de pared a pared, todos repletos. Debajo, parte del escritorio ya estaba ocupado por los que estaba leyendo en el momento, al menos cinco, y tenía uno apoyado en el atril, esperándola. Pasó por alto los que ya tenía preparados y sacó un libro grande de una esquina. Era una novelita corta, pero ilustrada, de tapa dura con decoraciones en rojo y dorado. Dentro, escondido entre las hojas, tenía un papel doblado en cuatro.
Deshizo los cuatro pliegues y se encontró impreso el símbolo que había usado para encontrarse con Leila. El papel le temblaba entre los dedos.
Agarró su celular y con la mano libre buscó entre sus contactos el mail que había guardado: Leila Verde Sueño.
Ahora entendía un poco más cómo sus antepasados habían inventado los apellidos. Alcanzaba con pegarle alguna característica distintiva a alguien para qué se convirtiese en una referencia sencilla para los demás.
¿Se seguirán inventando apellidos nuevos? pensó. Abrió una pestaña en el buscador, empezó a tipear y sintió un cosquilleo entre los dedos al tiempo que una luz parecía salir desde sus yemas.
—Intriga.
La misma voz, de vuelta. Del susto, dejó caer el celular, que se estrelló pantalla abajo contra el piso de madera.
—¿Quién es? —preguntó al aire.
Se lanzó a la cama y sentada se cubrió entera con el edredón. El peso sobre su cuerpo la calmaba, había algo de protector en estar tapada.
—¿Hola?
Silencio.
Miró el celular en el piso. Estaba demasiado lejos. El hueco debajo del escritorio hacía una sombra preocupante detrás. La puerta de la habitación estaba cerrada, el placard y la ventana también. Sin levantarse, se acomodó en un rincón. Todavía tenía la hoja algo abollada entre las manos, no la había soltado, todo lo contrario.
Abrió el papel y se lo quedó mirando. Sin desatender su alrededor, fijó los ojos como hacía a veces en sus meditaciones, queriendo captar toda la habitación en simultáneo.
Con los ojos titilando y todavía alerta, no tardó demasiado en quedarse dormida.
—Al fin te dignas a volver, mujer. —La voz de Leila fue lo primero que escuchó en su sueño.
Hola,
Espero que esta semana te haya tratado bien. Yo estuve haciendo malabares con un millón de cosas en simultáneo, pero cuando todo se calmó había cumplido, así que me di un buen fin de semana de descanso.
Para la semana que viene, además del próximo capítulo, tengo que escribir un cuento para el taller que estoy cursando así que me anticipo otra semana con el mismo nivel de intensidad. Ya puse mi copia de las Meditaciones de Marco Aurelio en la mesa de luz para darme fuerzas.
Este capítulo fue otra de las transiciones que va necesitando el libro. Se que Dickens limaba los cliffhangers que dejaba entre capítulos después de terminar las novelas por entregas que hacía. Es mi objetivo después de terminar la primer versión de esta novelita. En todo caso, nos vamos acercando al final de la primera parte, o al menos hacia el armado del primer nudo.
Por otra parte, estuve charlando con un amigo para hacer ilustraciones de los personajes. Me generaba dudas porque prefiero no dar una versión “oficial” de como se vería cada uno, pero se me ocurrió dejarle libre interpretación a partir del texto a él y un par de dibujantes más. Si tenés ganas de hacer algún dibujo avisame y estaría contentísimo de adjuntarlo junto con el próximo capítulo y después agregarlo al que corresponda.
No mucho más para contar por acá, sigo viendo Los Soprano, leyendo Mistborn y poniéndome al día con las pelis de Makoto Shinkai. Me falta un buen libro de poesía nomás, se aceptan recomendaciones.
Como siempre, si te interesa, voy a estar mañana lunes a las 20:00 por Twitch hablando de biología, ciencias y filosofía. Además, están disponibles los capítulos del podcast en YouTube y Spotify o pueden ver nuestros memes en Instagram.
Para darme una mano podés mandarme un cafecito, reenviar este mail a quien le interese o responderme con algo de feedback acá o por Twitter. Todo ayuda.
Hasta la semana que viene,
Abrazo,
Fidel